Cinco historias de obediencia


Desde el comienzo de los tiempos, Dios ha irrumpido en las vidas humanas llamando a hombres y mujeres comunes y corrientes, a su sorprendente y con frecuencia costosa voluntad. Sin embargo, incluso en los casos más dramáticos —por ejemplo, cuando el gran pez escupió a Jonás en las costas de Nínive, o cuando el futuro apóstol Pablo quedó ciego en el camino de Damasco— el Señor le da al hombre la libertad de decirle “sí” o “no” en cualquier momento. Hemos recopilado estas cinco historias de personas que obedecieron a Dios sin preocuparse por las consecuencias, con la esperanza de que usted se sienta inspirado a hacer lo mismo.
Regalos inesperados
Tommy y Elyse Ferrell
Cada día que pasó Tommy Ferrell en Beirut, la mujer del orfanato ponía a cierto bebé de seis meses en sus brazos. Apenas cuatro meses antes de viajar como misionero al Líbano, su esposa Elyse había dado a luz a su primer hijo, por lo que era natural que él se sintiera atraído a aquel bebé. Pero pronto pareció que la trabajadora del orfanato estaba haciendo el papel de María, trayendo al bebé Moisés en una cesta con la esperanza de que fuera sacado del río. Tommy llamó a Elyse. “Yo sabía que amaba al bebé, y sentía que Dios quería que tuviéramos algún papel en la búsqueda de un hogar para él”, recuerda. “Al comienzo, no caí en cuenta de que su familia íbamos a ser nosotros, porque acabábamos de tener a un recién nacido. Hubo una lucha en nuestras mentes, pero después de unas pocas semanas fue como si hubiéramos sido cautivados, y el Señor nos mostró que nosotros habíamos sido los escogidos”.
Pronto, una trabajadora social de la iglesia los orientó en cuanto a los trámites de adopción; un abogado se ofreció como voluntario para ayudarlos; y un amigo les dio millas de viajero frecuente para los boletos al Líbano. Sin embargo, había un gran problema: el niño no tenía documentación.
“Pero en este momento”, dice Ferrell, “tuvimos la innegable sensación de que el Señor nos estaba dirigiendo. Sabíamos que tendríamos que arriesgarnos”. Primero, por medio de un conocido fueron presentados a un alto funcionario del gobierno quien, de manera milagrosa, dio al niño indocumentado salida del país, para que pudieran llegar a Chipre y solicitar una visa norteamericana. Pero poco después, los extranjeros con el niño en brazos, se vieron estancados en el aeropuerto de Beirut mientras los funcionarios cuestionaban la situación. “Ellos nunca antes habían visto este extraño documento”, recuerda Ferrell, “y no iban a permitirnos abordar el avión”.
Un hombre de una fila cercana se acercó a los funcionarios, les quitó el papel mientras decía unas palabras autoritarias, y de repente condujo a los Ferrel hasta el avión. “¿Quién es usted, Señor?”, preguntó Tommy, pensando que bien podría haber sido un ángel. El hombre sonrió. “Soy el cónsul de Chipre en el Líbano, y he estado en contacto con la Embajada de EE.UU. acerca de su caso”. Estas palabras inundaron a Elyse y Tommy con una sensación de paz —porque no había ninguna garantía de que, aun cuando pudieran llevar el bebé a Chipre, obtendrían una visa para él —y no había manera de traerlo de vuelta al Líbano. Ver la confirmación de que Dios había estado en todo esto, les reveló que el plan aparentemente imposible no era imposible, porque Él lo había dirigido.
En Chipre, al niño recibió una visa para los Estados Unidos, a pesar de que no tenía ninguna identificación. Solamente nueve meses más tarde —cuando inmigración intensificó las restricciones después del 9/11— los Ferrel se dieron cuenta de que, de haberse dilatado el asunto, su hijo nunca hubiera podido venir con ellos a EE.UU.
Hoy, Tommy y Elyse no pueden imaginar su vida sin su hijo adoptivo. “Es un chico maravilloso, extraordinario, por el que estamos muy agradecidos a Dios. Aun cuando era bebé, supimos que pertenecía a nuestra familia, y este hijo es tan hijo nuestro como el otro”. –EG
Corazones abiertos
John y Anna Carson
Cuando el trabajo de John Carson en la industria del regalo lo llevó a unas fábricas en la China, despertó a la realidad del gran número de artículos que se venden en los Estados Unidos, que son hechos en el extranjero bajo condiciones laborales indignantes. “Estuve en la fábrica donde hacían uno de los productos que yo había diseñado”, dijo. “La calidad del aire era horrible. Los trabajadores me dijeron: ‘Mejor es que no se quede aquí por mucho tiempo, porque el aire lo enfermará’”.
Una crisis de conciencia lo llevó a utilizar su experiencia para ayudar a esos trabajadores esclavizados. Agradecido por la misericordia de Cristo en su propia vida, Carson decidió consagrarse a servir a personas de castas inferiores de la India, ofreciéndoles un salario digno. En el 2009, él y su esposa Anna fundaron Open Hand Designs [Creaciones Mano Abierta], una compañía dedicada a mejorar las condiciones de trabajo, ofreciendo un salario justo, e incluso proporcionando educación y asistencia médica a los trabajadores y sus familias. La compañía tiene su sede en Atlanta, Georgia, pero sus instalaciones de producción están en la India, donde los empleados son personas que antes estaban siendo víctimas de explotación.
Los niños de los barrios pobres de Nueva Delhi son el sostén principal de sus familias. Carson recuerda la historia de un trabajador de fábrica, cuyo hijo de diez años de edad trabajaba largas jornadas por un salario de esclavos. Carson contrató al hombre y a los que trabajaban con él, los llevó a unas instalaciones limpias, y les asignó un sueldo justo. Ahora el niño pasa sus días en la escuela en vez de hacerlo en la fábrica. “La visión detrás de Open Hand Designs es capacitar a los más pobres de entre los pobres”, dice Carson. “En algún punto tenemos que romper el ciclo” –TS
Fe en las calles
Mike Yankoski
“Tienen que irse —¡ahora mismo!” Mike Yankoski y su amigo Sam Purvis se acostumbraron a escuchar esas palabras después de estar viviendo y durmiendo en las calles durante meses. Ya fuera que estuvieran tratando de comprar café o de refugiarse cerca de un edificio, los hombres sin techo son rara vez bienvenidos. Pero la primera vez que fueron expulsados de los terrenos de una iglesia, fue especialmente dolorosa.
Unos meses antes, Yankoski había estado sentado en su iglesia del sur de California cuando su pastor hizo este desafío: ¡Sé el cristiano que dices ser! Eso lo llevó a hacerse un examen de conciencia. “No podía encontrar un hilo conductor de obediencia viva y radical entre lo que yo decía, y la manera como vivía en la realidad”, recuerda Yankoski, quien en ese momento estudiaba en la universidad. Mientras meditaba, una idea que cambiaría su vida le surgió en la mente: ¿Qué tal si dejo de decir —por la seguridad de una vida cómoda— que Cristo es mi todo? ¿Y qué tal si doy un paso al frente y comparto mi fe en las calles con quienes viven sin nada?
Aun considerando los riesgos potenciales, y preguntándose lo que podría pensar la gente, estaba seguro de que Dios lo estaba llamando a embarcarse en esta arriesgada misión. “Tenemos que preguntarnos a nosotros mismos si no será más peligroso no ir hacia donde Dios nos está dirigiendo. Si creemos que Él, a fin de cuentas, está actuando para llevar a cabo sus propósitos en y a través de nosotros, entonces ir a donde Dios nos está dirigiendo es lo mejor que podemos hacer”.
Después que Yankoski trabajó por breve tiempo en una misión de rescate y buscó la asesoría de consejeros de confianza, él y Purvis, su compañero de viaje, salieron con una vieja mochila, un saco de dormir, y una guitarra para ganar algún dinero. Durante cinco meses vivieron en seis ciudades que tienen muchas personas sin techo, experimentando en carne propia las luchas que enfrentan tres millones y medio de personas cada año en los Estados Unidos. Lo que resultó más difícil no fue comer lo que conseguían en los botes de basura, o el intentar dormir sobre el concreto, sino enfrentar cada día el rechazo y ser tratados como menos que humanos, incluso a veces por cristianos. “Pero también experimentamos la presencia de Dios de maneras inolvidables”, dice Yankoski, “particularmente por medio de las personas que eran parte de nuestra comunidad en las calles”. Pero no todos los cristianos los ignoraron o los maltrataron: Él nunca olvidará a los dos hombres con tatuajes que les dieron una comida y un lugar para ducharse; a la anciana que insistió en darles de comer; o al director de evangelización que los buscó hasta encontrarlos para pedirles disculpas por haber hecho que se marcharan. “Nunca se sabe lo que el Espíritu Santo está haciendo en el corazón de alguien, ya sea que este corazón se encuentre latiendo bajo una nítida camisa blanca, o bajo una camisa sucia y desgarrada”.
Aunque Yankoski supo siempre que el tiempo que pasaría viviendo en las calles llegaría a su fin, el curso de su vida fue redirigido radicalmente, incluyendo charlas y la escritura de Under the Overpass [Bajo el viaducto], el libro en cuanto a su experiencia. “Comprendí que, en vez de buscar los medios de seguridad que pensé que habría tenido con el dinero, y escalando hacia la cima, la trayectoria de mi vida iba a ser el integrar la visión de amar “a estos mis hermanos más pequeños” —el ocuparme de los necesitados y marginados de la sociedad”. –EG
Corriendo para Dios
Scott Rigsby
El 13 de octubre de 2007, en el Campeonato Mundial celebrado en Kailua-Kona, Hawai, Scott Rigsby se convirtió en el primer amputado de ambas piernas que terminó el triatlón Ironman. Pero él no siempre aspiró convertirse en un atleta de talla mundial.
Cerca de dos décadas antes, Rigsby, a los 18 años de edad viajaba en la parte posterior de una camioneta con sus amigos después de un largo día de verano, cuando un camión de 16 ruedas se estrelló contra la parte trasera de la camioneta. Rigsby fue lanzado bajo un remolque de tres toneladas y arrastrado a lo largo de unos 90 metros sobre el pavimento. Sufrió quemaduras de tercer grado, el desprendimiento de su pierna derecha, y el daño irreparable de su pierna izquierda.
La década siguiente estuvo llena de hospitales, médicos, depresión y temor. Mientras que sus amigos fueron a la universidad y se hicieron profesionales, Rigsby se convirtió en un “paciente profesional”, soportando 26 cirugías, incluyendo la amputación de su pierna izquierda. Mientras sus amigos se adaptaban al matrimonio y a la paternidad, él tuvo que enfrentar la adicción a las drogas medicinales.
“Un día tuve una conversación con un pastor amigo mío”, recuerda Rigsby. “Habló conmigo durante más o menos dos horas, y lo único que recuerdo es que él dijo que el Señor tenía un plan para mi vida”.
Finalmente, Rigsby dijo una oración sencilla: “Señor, si me abres una puerta, entraré por ella”. Una semana más tarde, vio a un amputado en la portada de Runner’s World Magazine [Revista del mundo de los corredores], y nació en él la visión de una nueva vida: Haría el triatlón Ironman. “Yo no sabía nadar, no tenía una bicicleta, y nunca había corrido más de una milla usando prótesis”, dice. “Pero me dije a mí mismo: Creo que Dios quiere que yo haga un triatlón”.
El camino estuvo lleno de dificultades y dolor. En su primer intento, estrelló su bicicleta y se rompió una vértebra. Varias semanas después —y 21 años después del accidente que le cambió la vida—, Rigsby cruzó la meta en uno de los eventos deportivos más difíciles y prestigiosos del mundo, y hoy es un orador motivacional que ha hecho más de 20 triatlones y establecido numerosos récords mundiales. –TS
Hablando sin tapujos
Rev. Scott Weimer
Era una típica mañana de domingo cuando Scott Weimer se acercó al púlpito. Como pastor de una iglesia tradicional en Atlanta, Georgia, estaba acostumbrado a predicar, pero nunca sobre el tema que iba a tratar ese día. Sin que él lo supiera, la misma esquina que su iglesia había ocupado durante más de 100 años, se había convertido en uno de los tres lugares de moda para el tráfico de niños en la ciudad, posiblemente el peor de los grandes centros de la nación de esa actividad delictiva. Y lo que es más, él sabía que debían hacer algo al respecto.
La explotación sexual comercial de niños entre las edades de 10 y 14 años es una industria de miles de millones de dólares. Las víctimas son a menudo niños que han huido de sus hogares y que se han visto obligados a practicar la prostitución, o a quienes se les promete un trabajo legítimo cuando en realidad terminan siendo obligados al comercio sexual en el extranjero.
“No sabía cómo me respondería la congregación al hablar desde el púlpito de esta situación —literalmente a nuestras puertas”, dice Weimer. “Sentí que había hecho algo riesgoso, porque no sabía si la gente iba a levantarse y decir: ‘En realidad, deseamos que no nos hable eso’, o ‘Esto es, en verdad, mucho más grande que nosotros’”.
Pero la respuesta de la iglesia fue lo contrario. “Teníamos ancianos de 70 y 80 años que se me acercaron de inmediato para decirme: ‘Tenemos cuartos vacíos en nuestras casas. Si usted necesita habitaciones para niñas que sean rescatadas de las calles, solo díganos’. También miembros más jóvenes se ofrecieron para ayudar como voluntarios yendo a las calles en la noche; para presionar en la asamblea legislativa del estado; y para hacer lo que se necesitara para salvar a los niños atrapados.
La congregación programó una reunión de oración de medianoche, e invitó a otras iglesias de la comunidad a unirse a ellos. Esa noche, grupos de creyentes de diferentes denominaciones se unieron para caminar por las calles del centro de la ciudad, suplicando al Espíritu Santo que trajera la justicia y la gracia de Dios a su comunidad.
Este esfuerzo cooperativo al final se convirtió en Street Grace [Gracia en la calle], una organización consagrada a movilizar a los creyentes en el combate contra el tráfico de niños. “Es algo peligroso porque, desde el punto de vista espiritual, estamos arremetiendo contra las fuerzas del mal”, dice Weimer. “Sería una tontería no estar conscientes de ello. Pero creemos que Aquel que está en nosotros es mayor que el que está en el mundo”. –CL

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